47.-CALULO: UN VIAJE AL INTERIOR ANGOLEÑO

Calulo es una pequeña ciudad ubicada a 300 Km. al SE de Luanda y emplazada en plena selva africana.
Desde una plaza céntrica de Luanda se estructuró una gran caravana con numerosos coches y ómnibus llevando los artistas participantes en el Festival, la infraestructura logística (toda la vajilla y el personal de servicio para el comedor, técnicos, organización, seguridad, etc.), un coche con médicos y enfermeros equipados para primeros auxilios, guardia armada y coches policiales abriendo la marcha....
El agotador viaje transcurrió en medio del particular calor angoleño, atenuado por la refrigeración del coche y la increíble simpatía de todo un personaje: nuestro motorista Cabelo Brown, conocedor y baqueano de la zona, e inefable contador de anécdotas bélicas (Angola recién salía de su ultima guerra interna), algunas creíbles pero otras sospechosamente lindantes con la fantasía.
En una ruta cada vez con mas pozos y peligrosa, se fueron sucediendo fascinantes paisajes de tierras rojizas y vegetación escasa, pero a medida que dejábamos atrás la aridez de los alrededores de Luanda el paisaje era mas selvático.
La imaginación volaba cada vez más. Por momentos, las imágenes y la música de “África mía”, revoloteaban en mi mente......
En algunas paradas al borde del camino, nuestros guías nos recordaron que los bordes de las carreteras estaban aun minados, por lo cual nos aconsejaban no irnos muy lejos!!
En Dondo -una antigua ciudad colonial que mantiene un aire ancestral en sus calles y en su gente- junto al río Kwanza, conocido por los yacimientos diamantíferos de sus nacientes, vimos un rasgo común del interior angoleño: mujeres –con sus hijos- recogiendo agua para sus casas, lavando ropa o vajilla, bañándose o bañando animales en la ribera del río, en condiciones de higiene muy precarias.
Aun así, lo que se percibe es el claro ejemplo de interacción y alta dependencia del Hombre con la naturaleza. Es que en estas zonas de África el agua es lo más importante y codiciado, a pesar que la temporada estival produzca grandes aluviones y desastres destruyendo los barrios humildes de Luanda.
Pequeñas aldeas fueron apareciendo. Mujeres con atuendos típicos portando en total equilibrio grandes atados de leña sobre su cabeza y sus niños a la espalda, mercaderes en improvisadas enramadas que oficiaban de puestos, vendiendo frutas y carbón vegetal fabricado por ellos mismos. Me contaban que en ocasiones todavía se utiliza el trueque de objetos y/o alimentos, sin dinero circulante!!!
Al fin arribamos a Calulo, ubicada en medio de una zona de elevaciones con una topografía que me hizo recordar algunas zonas serranas uruguayas, y rodeada de grandes plantaciones de café de tipo latifundios.
Los esfuerzos de reconstrucción de la ciudad para el "Festicalulo" no terminaron a tiempo. Algunos edificios restaurados después de los conflictos –que en esta zona tuvieron un punto álgido- no disimulan la precariedad de otros, donde pueden verse aún las evidencias de la metralla. Estas señales de destrucción son muchas veces difíciles de borrar, pero el hecho no debe asombrarnos como patrimonio exclusivo de las zonas conflictivas tercermundistas: prueba de ello son los impactos aún visibles en las paredes de la Puerta de Brandeburgo, emblema del Berlín alemán.
En la humilde Calulo pudo reinstalarse la electricidad pero no el agua en los hoteles en reconstrucción, pero nada fue impedimento para que nos integráramos mejor aun a su gente, a sus niños, a sus paisajes...Como me ha sucedido muchas veces, en cualquier lugar del Mundo por diferente que sea a nuestro Uruguay encontramos algún compatriota.....Una misión salesiana alberga a Fabiana, una enfermera voluntaria que desarrolla un trabajo admirable y que además ofició de guía para recorrer los alrededores.
El local de la Misión Salesiana nos retrajo a aquellos monasterios medioevales, con una tendencia al autoabastecimiento: la quinta, los cerdos, las gallinas y los cabritos conviven con la televisión, la computadora, el acceso a Internet, el único lugar con ducha de agua caliente, rollos para fotos, un enorme tanque de acopio de combustible y una fábrica de aceite comestible a partir de los frutos de las palmeras, un ejemplo de una tradición ancestral, de la capacidad del ser humano de extraer sus necesidades a la Naturaleza..... Este encuentro nos permitió además disfrutar en la Misión de la hospitalidad del padre Ángel, un argentino con quien nos instruimos mucho acerca de Angola y sus realidades, -que bien conoce- y que nos despidió con un emocionante texto.
El Festival reunió a miles de personas en dos noches. Al pie del hermoso e iluminado fuerte de Calulo, -señal inamovible de la historia de esa región- en una cancha de fútbol sobre tierra amarillenta y arcos algo torcidos, se montó un escenario espléndido. Infraestructura de primer nivel: un gran equipo generador de energía, camerinos, transporte para los artistas, animación, luces y sonido con excelentes equipamientos, no hacían envidiar en nada a los festivales de cualquier otro lugar del mundo. Con total puntualidad, a las 9 horas de cada noche, un preámbulo de fuegos artificiales señalaba la apertura y el inicio de un largo pero absolutamente sincronizado desfile de artistas.
A los bordes de la cancha, humildes e improvisadas chozas ofrecían, casi a oscuras, sus comidas típicas realizadas todas por mujeres, con fuego en el piso....Rompiendo la ya innecesaria vigilancia de nuestros guías, hicimos con Cono una recorrida para intentar mezclarnos mas aun con ellos. Siempre recordamos que se nos encogió el corazón ante tanta pobreza material.
Miles de personas, de pie, seguían cada noche todo el desarrollo de su fiesta, un evento excepcional para ellos...Pero lo inolvidable lo constituyeron los niños: centenares de caritas apretujadas, respetando y cuidando ordenadamente sus preciados lugares de privilegio al pie del escenario, iluminados por las luces del mismo y disfrutando de ver personalmente algo diferente en su día a día.
Calulo fue saludablemente trastornado por la febril actividad del fin de semana. Nos decían nuestros guías que para sus habitantes era excepcional ver tantos autos juntos en su pequeña ciudad. Habían niños que aún no conocían lo autos!!! Sucede que hasta poco mas de un año, solo veían camiones militares y helicópteros, y los sonidos que poblaban sus vidas eran los de los cañones y la metralla, el dolor mataba a la alegría, la muerte ponía en jaque a la vida....Interiormente, agradecí que con nuestra música pudiéramos contribuir –aunque mas no fuera por breves instantes- a cambiar la ecuación de sus vidas.
Luego de tres días, el regreso a Luanda. Sentía la necesidad de espacio y tiempo críticos para asimilar todo lo visto y vivido. Sentía la necesidad de entender los gestos, y especialmente los mensajes contenidos en las miradas de esos niños que por siempre quedaran en mi retina. Estimo que me llevara tiempo descifrarlos.....